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La Gran Marcha

Por Franklin Salgado

 

 

Ella aceleró el paso hasta perderse entre la gente que celebraba en la calle. Miraba errática de un lado a otro cuando tropezó con un personaje ambiguo y extravagante tumbándole una enorme corona. A pesar de la borrachera, este recogió de inmediato su símbolo de nobleza. La sujetó por un brazo y con un marcado acento extraño, le dijo: —¿Qué te pasó, latina loca? ¿El calor te tiene agobiada? ¡Únete a mi corte! ¡Te presentaré como La Dama del Mar!—. Ella le dio un empujón y se perdió entre la multitud. Algunos la miraban extrañados. Otros, se reían al verla correr descalza con aquel rastro de agua que dejaba a su paso.

 

Una pareja de ancianos que hablaba en un idioma indescifrable, la abrazó fuertemente empapándose ellos también. Mientras se reían, siguieron su camino. Detrás de una carroza varada, Ella consiguió refugio. Allí, mientras respiraba profundo, se tocaba el pecho y se palpaba frenéticamente el vientre. Comenzó a buscar algo en sus bolsillos, hasta que consiguió un papel totalmente desecho. Trató de leerlo pero fue imposible. Poco a poco, a pesar de la bulla del festejo colectivo, algunas voces familiares y gritos ahogados se hicieron presente en su mente.

 

El resplandor de los juegos de luces descubría los moretones en su espalda, las manos destrozadas y los restos de algas marinas en su cabello. Su cuerpo seguía destilando agua. Ella se escondió cuando vio que se acercaban un par de jóvenes vestidos de gladiadores. Uno hablaba en otro idioma extraño aunque su compañero le contestó en español. Entre mimos y bromas, le dijo que aguantara un poco más porque ya estaban cerca del muelle de los cruceros.

 

Sus enormes ojos negros iban de un lado al otro, hasta que recordó una voz ronca y autoritaria, con un marcado acento extranjero: —¡Atención, carajo! En el muelle de cruceros se confundirán con los otros botes. Ustedes vayan a los faroles. Estaremos en el séptimo faro, será el único que estará apagado! Por la policía no se preocupen, que estarán muy ocupados con la gran marcha del carnaval—.Ella, de un impulso repentino salió de su escondite. Los chicos se sobresaltaron y le preguntaron que le había pasado. Ella contestó:

—Venía con unos amigos borrachos en un bote y… me han jugado una broma —.

Mientras caminaba escoltada por los ángeles romanos, las voces en su cabeza, entre gritos y gemidos, la guiaban: —“¡Sálvate tú!” “¡Yo no puedo más, toma mi chaleco!” “¡Hazlo por ella, nada con todas tus fuerzas!” “¡Debe quedar muy poco nadando… mira… si hasta se ven unas luces por allá!” “¡Agarra el bidón de gasolina, no lo sueltes por nada del mundo y sigue derecho hacia las luces!” “¡Suéltame, comadre, suéltame, yo no puedo más!” “¡Yo quería enseñarle a bailar!” —.

El ángel moreno la interrumpió: “Esos amigos tuyos son terribles, hacerte eso en tu estado. ¿Cuánto tiempo tienes?

“Seis meses recién”- respondió Ella.

 

¿Sabes ya qué es? “Si, una hembrita”—.

Al fondo se veían los faroles.

Basado en experiencias de Dailinni Gonzalez

Ilustración por Kemuël Sandries